La visita de mi madre

Aunque no soy una persona muy familiar, de vez en cuando hay que recibir visitas, ¿no? Hacía tiempo que mi madre no venía a casa y ya era hora, así que se quedó unas cuántas noches para ayudarnos con la casa y con el niño. Pero como el niño estuvo muy poco dócil, dedicamos el tiempo al noble arte de la cocina… del que me queda tanto que aprender.

Mi madre no es la mejor cocinera del universo, pero sabe mucho más que yo. Y decidimos empezar por el final: por los postres. Tanto ella como yo somos aficionados a la repostería: mi madre a hacerla y yo… a comérmela. Pero en esta ocasión, decidí prestar un poco de atención a algunas cosas.

Para empezar me enseñó como hacer nata para montar. A mi madre le encanta la nata y la usa en diferentes postres, así que estuvimos trabajando en ello para una tarta. También me enseñó cómo se hacen los frixuelos, una receta que ella domina a la perfección y que heredó de su madre. Claro, a mí me toca mantener la tradición, ¿no? En esta ocasión, yo fui quién manufacturó los frixuelos bajo la atenta mirada de mi madre. La próxima vez, a mí me tocará hacerlos sin supervisión.

Una vez que dejamos la repostería, pasamos a los platos principales. A mi mujer y a mí nos gusta comer bien como a todo el mundo, pero en esta fase de nuestras vidas tenemos todavía menos tiempo para cocinar que antes, así que debemos ser lo más prácticos posible sin que por ello comamos peor… o ese el plan que tenemos.

Así es que mi madre me enseñó varias claves del uso del horno, aparato que, hasta ahora, no le habíamos sabido sacar todo el partido. Yo soy fan del pescado al horno, así que me estuvo dando algunas indicaciones, aunque al final hicimos un pollo al horno al estilo del que solíamos comer en casa hace años. Aprendí a hacer dos platos por el precio de uno.

La visita de mi madre fue enjundiosa: me enseñó como hacer nata para montar, frixuelos, platos al horno, etc. La próxima vez que venga, tendré que currar solo en la cocina.