No me gusta comprar cosas, me aburre. No soy muy permeable a esa satisfacción en la que se apoya nuestra sociedad consumista, ese efecto agradable pero fugaz de comprar algo que nos gusta. Soy un bicho raro, lo sé. Me gusta tener cosas que me gustan, valga la redundancia, pero cada vez siento menos satisfacción por lo nuevo y, por el contrario, cada vez me atrae más comprobar cómo pasa el tiempo por los objetos.
Lo voy a explicar de forma sencilla: me pueden gustar más mis zapatillas viejas que cualquiera nueva. Prefiero salir a la calle con algunas de mis zapatillas deportivas de cordon trenzado con varios años de antigüedad que con unas nuevos y relucientes. Mi madre me ha dicho alguna vez que parezco un pordiosero, pero “cada uno hace va como quiere, mientras no infrinja ninguna ley”, le digo yo.
Me gusta la ropa con historia, por decirlo así, pero también es evidente que hay que cambiar de vez en cuando, sobre todo si la ropa se rompe… Así es que ha llegado el momento de añadir unas zapatillas a mi colección.
No me gusta comprar, pero si he de hacerlo, me lo tomo con suma calma. La suerte de hoy en día es que no tengo que ir a decenas de tiendas como hace años, cosa que me gusta menos que comprar… Por internet puedes hacerte una idea de lo que hay en el mercado y luego ir a una tienda ‘a tiro fijo’, o comprarlo directamente por internet.
Sabía exactamente lo que buscaba en este caso: unas zapatillas de tela o lona con cordon trenzado, frescas y liviana para el verano. Mi intención era apostar por alguna marca poco conocida, algo diferente que las tres o cuatro marcas conocidas por todos.
Tras las primeras batidas, me decepcioné un poco: la mayoría de zapatillas no eran demasiado originales. Había lo de siempre. Pero al final descubrí unas con decoración de camuflaje, pero muy sutil, nada escandaloso. Me pareció interesante y me las llevé. La próxima vez que vaya a casa de mi madre las llevaré puestas, limpias y nuevecitas, para que no me confunda con un mendigo y me corra a escobazos…