Todo empezó con una idea fija, una de esas imágenes mentales que se te meten en la cabeza y no puedes soltar. Quería organizar un evento en el jardín, pero no me valía una carpa blanca de PVC, de esas impersonales que se usan para las bodas o las fiestas de pueblo. Yo quería algo diferente. Quería una jaima. Una auténtica, o que al menos lo pareciera. Me imaginaba la escena: las telas cayendo con elegancia, un espacio chill-out lleno de alfombras, cojines bajos, farolillos y esa atmósfera mágica, casi exótica.
El problema es que mi jardín no está en Marrakech ni en el desierto de Merzouga. Está en A Coruña. Y aquí, en Galicia, encontrar una jaima para alquilar es, por decirlo suavemente, complicado.
Mi búsqueda comenzó como empiezan todas: en Google. «Alquiler jaima A Coruña«. Los primeros resultados fueron desalentadores. Me aparecían empresas de eventos que ofrecían «carpas tipo pagoda» o estructuras plegables estándar. Llamé a un par de sitios. «¿Jaima? ¿Como… marroquí? Ah, no, de eso no tenemos. Tenemos carpas de 6×4, muy resistentes». Ya, resistentes, pero sin alma.
Empecé a frustrarme. Parecía que pedía algo imposible. En una tierra acostumbrada a los alpendres y a las galerías para protegerse de la lluvia, una estructura pensada para el sol del desierto parecía un capricho extravagante. Amplié la búsqueda a «alquiler jaimas Galicia» y la cosa mejoró un poco, pero me encontraba con proveedores de Ourense o Pontevedra cuyos costes de desplazamiento eran desorbitados.
Consideré comprar una. Miré online. Encontré algunas opciones, pero me asaltaron las dudas. ¿Sería de buena calidad? ¿El envío tardaría semanas? Y, sobre todo, ¿aguantaría el viento de A Coruña? Me imaginaba mi preciosa jaima volando por encima del tejado hacia la playa de Riazor al primer nordés de media tarde. Descartado.
Cuando estaba a punto de rendirme y aceptar la triste carpa blanca, di con la clave. En lugar de buscar la jaima como producto, busqué «decoración de eventos chill out» y «bodas boho». Y ahí, en el Instagram de una pequeña empresa de decoración de bodas de la provincia, la vi. Era perfecta.
Llamé inmediatamente. La mujer al otro lado del teléfono supo al instante a qué me refería. «Sí, claro, tenemos dos. ¿La quieres con el pack completo de alfombras y pufs?».
El alivio fue inmenso. Conseguir esa jaima ha sido una pequeña batalla logística, pero ya está reservada. Ahora solo queda esperar que el tiempo acompañe. Aunque, pensándolo bien, estar bajo esas telas, escuchando la lluvia gallega golpear suavemente el techo, quizás tenga incluso más encanto.