Más que un soporte, el centro del salón

Cuando llegué a mi piso en Fene, lo primero que pensé fue que el salón necesitaba personalidad, algo que lo hiciera mío y no solo un espacio con cuatro paredes y un sofá. La televisión estaba ahí, claro, pero su soporte era un desastre: una mesita vieja que parecía gritar “sácame de aquí”. Fue entonces cuando me lancé a buscar un mueble televisión en Fene que no solo sostuviera la pantalla, sino que se convirtiera en el alma del cuarto. No quería algo funcional y ya; quería un pieza que hablara de mí, que se integrara al diseño de interiores como si siempre hubiera estado ahí, y en esta búsqueda descubrí un mundo de estilos y posibilidades que me dejaron con ganas de redecorar todo.

El estilo moderno se llevó mi corazón desde el principio. Me imaginé un mueble bajo, de líneas rectas y limpias, con ese aire minimalista que hace que todo parezca más grande y ordenado. En una tienda local, vi uno de madera lacada en blanco con detalles en negro mate que me pareció perfecto. Era discreto pero elegante, con espacio para la tele, el decodificador y hasta un par de altavoces que llevo años queriendo comprar. La clave estaba en las medidas: lo suficientemente largo para llenar la pared sin agobiar, unos 160 centímetros, y no muy alto, para que la pantalla quedara a la altura de los ojos desde el sofá. Me encantó cómo se fusionaba con el resto del salón, como si el mueble y la pared fueran viejos amigos que se entienden sin hablar.

Luego exploré opciones más rústicas, porque hay días en que siento que mi alma pide madera en bruto y texturas que cuenten historias. En una carpintería de Fene, di con un mueble televisión en Fene hecho de roble macizo, con vetas a la vista y un acabado mate que olía a bosque. Era más robusto, con baldas abiertas y un cajón profundo donde guardar mandos, cables y esas revistas que nunca tiro. Lo que me conquistó fue cómo contrastaba con mis paredes claras y el suelo gris; le daba al salón un calor que no sabía que necesitaba. Las medidas aquí eran más generosas, casi dos metros de largo, pero el espacio lo permitía, y el resultado era un punto focal que invitaba a quedarse mirando, incluso cuando la tele estaba apagada.

Materiales hay para todos los gustos, y yo me perdí entre ellos como niño en juguetería. El cristal templado me tenté por un momento, con esos diseños flotantes que parecen desafiar la gravedad, pero me preocupaba que mi torpeza habitual terminara en tragedia. Al final, la madera y el metal ganaron la partida. En una tienda cerca del puerto, encontré un híbrido genial: una estructura de acero negro con estantes de madera reciclada. Era industrial, moderno y con un toque ecológico que me hizo sentir bien conmigo mismo. Lo mejor es que venía en módulos, así que pude ajustar el tamaño a mi salón de 140 centímetros de ancho, añadiendo un estante extra para mis plantas, que son mi orgullo secreto.

Las tiendas en Fene no me decepcionaron. Lugares como Muebles Rey tenían piezas de catálogo que podían personalizarse, desde el color hasta los tiradores, y me pasé una tarde entera probando combinaciones como si fuera un diseñador famoso. Luego está Carpintería Nogueira, donde el trato fue tan cercano que casi me hacen el mueble delante de mis ojos. Ahí encargué uno a medida, con un hueco exacto para mi consola y un acabado en nogal que aún me tiene suspirando. Comprar local me dio esa satisfacción de apoyar a los de casa, y el resultado fue un salón que ahora siento como una extensión de mí.

Pensar en cómo ese mueble televisión en Fene ha cambiado mi día a día me hace sonreír. No es solo un soporte; es donde mis amigos se sientan a ver el fútbol, donde pongo el café mientras charlamos, donde mis libros favoritos descansan esperando ser hojeados. Es el centro del salón, sí, pero también el centro de mis momentos, y cada vez que lo miro, siento que he dado en el clavo con algo que va más allá de lo práctico.